Renacimiento

Había recorrido un largo camino, durante el cual se fue pertrechando de lo que iba encontrando. Llegó un momento en que iba tan cargada que le resultaba difícil seguir avanzando y comenzó a soltar lastre de su pesada mochila. También se fue quitando los ropajes que como capas de cebolla la cubrían, y ahora que se había hecho grande le apretaban y dificultaban la respiración. De las últimas cosas que soltó fue su brillante espada, que le había ayudado a sentirse segura por los caminos oscuros. No quiso cargarla más porque su intuición le decía que los monstruos a los que temía no podían matarse con espadas ya que estaban dentro de ella, y solo atreviéndose a mirar sus fantasmas podía eliminarlos.

Estaba allí, apenas cubierta por ligeras ropas y una capa sobre sus hombros, a la orilla de un riachuelo. Había comenzado a lloviznar, y la humedad, que daba un brillo especial a los brotes primaverales recién salidos, empezaba a calar su vestido y mojaba su piel. Curiosamente no le importaba, no sentía deseos de buscar refugio, que por otra parte hubiese sido difícil de encontrar, simplemente estaba allí, viviendo el momento, saboreando el frescor que le ponía la carne de gallina, las gotas que resbalaban por su cara, los pies mojados pero firmes en la tierra, sus manos sueltas y su respiración serena. Desde las ventanas que son sus ojos contemplaba las hojas tiernas de los árboles cediendo ante el peso de la lluvia, escuchaba el rumor del riachuelo y olía la tierra mojada. De pronto sintió la saliva en su boca y afloró su inquietud, su ansiedad: ¿Qué estaba haciendo allí, ella sola, sin saber donde ir? Sintió el estómago encogerse. Como una corriente por dentro desde la cabeza hacia toadas las extremidades, viajando en círculo por todo su cuerpo, acelerándose cada vez mas. Ganas de salir corriendo, huir. Pero ¿de qué? de esa situación, de ella misma. Había cerrado los ojos, se dejaba llevar por la corriente, percibía las contrariedades como obstáculos insalvables........Su cuerpo estaba tenso, los puños apretados, los hombros contraídos, sentía que tenía que hacer esfuerzos para tomar el aire. NNNNOOOOOOOOOoooooooooo!- gritó.

En el propio sueño en que estaba inmersa respiró profundamente y contempló la realidad: el río, los árboles, la lluvia, ella allí de pie, mojada. Volvió a tomar contacto con su lengua, con la boca ensalivada, con su ansiedad, pero ya no se dejó arrastrar por esa corriente acelerada. Se vio desde fuera, sin propósito, sin saber hacia donde continuar. El tiempo tomaba otra dimensión. Acababa de soltar los anclajes del pasado y del futuro.  Soltar el control, dejar de empeñarse y esforzarse en que las cosas sean como ella quería para evitar sorpresas que pudieran ser desagradables y producirle dolor sin haberse pre-parado. Había nacido a una nueva realidad. No tenía que hacer nada, solo vivir el momento, y eso le producía vértigo.

Entonces se despertó. Recordaba vagamente el sueño, el río, la lluvia, los árboles...y todavía sentía la ansiedad y el vértigo. Miró el reloj y repasó mentalmente sus compromisos para el día. Empezaban sus vacaciones y había hecho planes con Raquel de coger el coche y viajar en dirección a Portugal, disfrutando del camino y durmiendo en el campo. Después de unos cuantos días llegaron a la comunidad del Arco Iris y acamparon cerca de un riachuelo. El lugar se parecía bastante a aquel que soñó, y también allí irrumpió la lluvia. La mayoría de las personas que se encontraban en la comunidad vivían el presente, viajando sin obligaciones, sin responsabilidades ni metas. Habían decidido dejarlo todo y lanzarse al camino, y aprovechaban los encuentros del Arco Iris para reunirse periódicamente. Las tareas se preparaban colectivamente, eligiendo cada uno lo que deseaba aportar al grupo, y manteniendo como elemento de unidad el círculo alrededor del fuego. Casi siempre había alguien tocando los tambores y otros bailando su propio ritmo.

Ese viernes fue un día especial para ella. Amaneció nublado después de una noche lluviosa. El día anterior habían participado en la preparación del Inipi, una sauna colectiva que se hace en una cabaña preparada con ramas trenzadas y cubierta con mantas. En el centro excavaron un agujero para depositar las piedras calentada al fuego durante varias horas. Todo estaba listo: los leños gordos y ramas finas dispuestos en hoguera piramidal donde se habían colocado las piedras, un altarcito a la madre tierra con huesos de caballo que encontraron en los alrededores, piñas y adornos. También habían limpiado un poco la pequeña poza con cascada incluida, donde refrescarse después de la sauna. El mal tiempo no las desanimó, y partieron a buscar a Luis, que era el que conocía el ritual. Luis estaba un poco desanimado, pero ellas le contagiaron su entusiasmo y partieron hacia el lugar donde poco a poco se les fueron uniendo todos aquellos que participaron en la preparación el día anterior, y otros que también querían disfrutar de la experiencia.

El sol se hizo paso entre las nubes, y aunque la humedad y el frescor todavía seguían, hizo mas llevadera la espera. Por fin llegó el momento, la hoguera casi se había consumido, las piedras estaban incandescentes. Luis abrió la puerta de la cabaña. Fueron entrando y apretándose sentados en dos filas. El agobio era patente, la temperatura iba subiendo, había poco espacio. Después de un tiempo, cuya duración era subjetiva para cada uno de los presentes, se abrió la puerta. Algunos salieron rápidamente a tomar el frescor del aire y del agua, otros prefirieron permanecer las cuatro partes (cada una dedicada a un punto cardinal, un color y una cualidad) y salir al final. Algunos no volvieron a entrar y el espacio fue siendo menos agobiante según transcurrían las partes. Ella tan solo salió una vez entre la segunda y la tercera parte, aprovechando también para dejarse untar sal marina por el cuerpo, que decían daba energía. Cuando se dio por finalizado el ritual, ella todavía permaneció dentro del Inipi, tumbándose en la tierra y sintiendo el relativo frescor que se experimentaba al estar abajo. Después salió y se sumergió en la poza, dejando resbalar la fría agua de la cascada por su cabeza. Al principio la impresión fue grande, pero conforme el agua mojaba su piel el frío iba haciéndose menos notorio.

Volvieron al lugar de reunión, y después de comer algo se dirigió a su tienda de campaña con la intención de cambiarse de calzado, aunque enseguida sintió el deseo de quedarse allí. La lluvia había vuelto y sentía el frío y la humedad. Se metió vestida en su saco, pero el frío continuaba, se echó encima el saco de Raquel pero no conseguía calentarse. A sus oídos llegaba el sonido de los tambores que eran como una llamada a la vida, a compartir. Sentía su llamada pero le daba pereza salir, atravesar la distancia que separaba su tienda de la carpa donde estaban los músicos. Así permaneció un buen rato, acurrucada, intentando calentarse. De pronto una nueva energía la impulsó a salir. Se arropó bien y se dirigió con decisión guiada por la música. Una vez allí vio que en la penumbra unas cuantas personas estaban dedicadas a la percusión y otras bailaban. Comenzó a bailar soltando sus caderas, sus brazos, su cabeza. Entonces empezó a sentir el calor tan deseado saliendo de su cuerpo. Se fue quitando ropa hasta quedar en camiseta, ya no importaba la humedad ni el frío, estaban fuera, ella tenía su propio calor. Después también hizo sus primeros pinitos con la percusión, acompañando tímidamente el ritmo principal sintió la fuerza que le producía la vibración del tambor entre sus piernas.

Algo había cambiado en ella, recordó el sueño que tuvo antes de partir de viaje y, despierta esta vez, volvió a sentir que una etapa terminaba y comenzaba un nuevo camino: voluntariamente había decidido dejar su aislamiento y el cobijo de su pequeña morada para formar parte de algo mayor. También había dejado atrás el mundo de las apariencias, de actuar como ella creía que los demás esperaban, para dejarse llevar por su propio ritmo, y lo que es mas importante había descubierto algo dentro de ella, que apenas empezaba a aflorar, que no dependía de lo que sucediese, que transcendía los acontecimientos. Sintió que aquello a lo que había dado tanta importancia y que condicionaba su estado de ánimo haciéndola sentir estupenda o miserable era semejante a los juegos de su hijo, que él vivía como realidad pero no eran mas que eso, juegos. El darse cuenta no hacía desaparecer sus preocupaciones por completo, pero podía encararlas con otra perspectiva.

Hizo un repaso de lo acontecido en los últimos años. Había pedido ayuda para encontrar lo que en realidad anhelaba, que era compartir amor, y que antes buscaba subliminalmente tratando de ser perfecta y mostrarse poderosa. Ya no le servían estas artimañas porque había comprendido que de esa forma no iba a encontrar lo que deseaba. Era consciente del deseo de abrir su corazón al contacto íntimo con otro ser humano, pero por mucho tiempo se había quedado volando en un limbo de fantasías que le impedían palpar la realidad. Había un cierto regodeo en la tristeza y la melancolía, en sentirse víctima de la situación, de los elementos, y eso la desvitalizaba.

Empezó a ver con mas claridad situaciones que le habían producido ansiedad. Aceptó que no era suficiente que ella hiciese todo lo que estaba en su mano para que las cosas se desarrollasen de la manera que ella deseaba. Comprendió que al igual que las corazas del enfrentamiento y el aparentar se le habían quedado pequeñas, tampoco le servía ya refugiarse en amores inalcanzables. Había comprobado que podía vivir una vida razonablemente buena sin necesidad de que hubiese un hombre en su vida, pero sentía un deseo de complementariedad que le impulsaba a compartir su esencia con otro ser humano, y esta vez de forma real.

Tumbada en la hamaca de su jardín abrió los ojos y contempló las hojas del olmo y del almendro que dejaban entrever el cielo y los rayos de sol. Sintió apertura en su pecho, como si el aire que inspiraba fuera despegando partes que habían estado colapsadas durante muchos años, y la parte izquierda de su pecho se fuese esponjando. Entonces una frase acudió a su mente “me gusta donde estoy”. Sintió que la herida abierta cuando nació, al sentirse expulsada a un lugar donde no quería estar, acababa de cerrarse. Era como si hubiese cerrado el círculo volviendo al mismo lugar,  pero esta vez el desenlace era distinto, había conseguido sentirse a gusto con lo que había, con la realidad, y ya no necesitaba imaginar fantasías y esforzarse tanto por intentar hacerlas realidad.

Ahora sentía la vida como no la había sentido antes, sin calificativos: LA VIDA ES.
Pero ¿Cómo es?, ¿Quién eres tú?- eran preguntas que de vez en cuando acudían a su cabeza. Podría ponerle mil calificativos tanto a la vida como a ella, pero ahora le sonaban huecos, ya no importaban. Junto con esa esencia recién descubierta aparecían otros símbolos mas nuevos aún, como dos caras de una misma moneda: vacío y plenitud. Todavía no había adquirido familiaridad con los recién des-cubiertos, pero intuía que era cuestión de tiempo y de dejarse llevar, empezaba una nueva etapa del camino y el panorama le resultaba sugerente.


                                                                      Mar Asunción Higueras
                                                                       Mayo 2.003

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