El Torneo de ajedrez

MESA 1:
Dos jugadores sentados a una mesa donde se encuentra el tablero de ajedrez. Delante del jugador “A” están colocadas en sus puestos las piezas blancas. Delante del jugador “B” aparecen las piezas negras. En medio del tablero se apoya un espejo que lo separa en dos partes, impidiendo ver al adversario, reflejando solo cada uno de los jugadores y sus propias piezas

“A” comienza a mover una de sus piezas. En cada jugada se mira al espejo buscando aprobación. Sabe los movimientos de las distintas figuras, pero no tiene estrategia. Al poder ver solo sus propias piezas no tiene perspectiva, y es incapaz de jugar la partida. Repite una vez tras otra movimientos mecánicos, y busca aprobación en el reflejo poniendo sus mejores caras, aunque su mirada refleja incredulidad y hastío. Sin embargo, haciendo gala de constancia, continúa la partida.

“B” realiza movimientos semejantes a “A”, pero se da cuenta que así es imposible jugar, que falta medio tablero y el compañero con quien jugar, así que decide abandonar la partida.

MESA 2:
Dos jugadores sentados a una mesa donde se encuentra el tablero de ajedrez. Delante del jugador “A” están colocadas en sus puestos las piezas blancas. Delante del jugador “B” aparecen las piezas negras.

Juega “A”, mira al adversario tratando de leer en la cara de “B” que es lo que esperaría que hiciese él. La duda le crea ansiedad, mueve un peón por miedo a equivocarse si decide salir con una pieza de más posibilidades. Mira a “B” esperando aprobación. “A” solo tiene en mente conseguir que “B” valore sus movimientos, pero por más que escudriña al adversario no encuentra lo que desea. “A” no se siente satisfecho y piensa que quizás no lo ha hecho suficientemente bien para impresionar a “B”.

“B” mueve sus piezas con desgana, percibe la inseguridad de “A” y no le considera rival para él. Diseña una estrategia rápida para acabar cuanto antes y así pasar a otro rival más interesante.

MESA 3:
Dos jugadores sentados a una mesa donde se encuentra el tablero de ajedrez. Delante del jugador “A” están colocadas en sus puestos las piezas blancas. Delante del jugador “B” aparecen las piezas negras.

La partida está avanzada. “A” ha perdido 2 alfiles, 1 torre y varios peones. La reina se mueve desesperadamente intentando “comerse” las piezas del adversario. “A” tiene toda la atención puesta en la reina, no ve al resto de sus piezas, ni siquiera al rey. Da la impresión que se hubiese identificado con la figura de la reina blanca y el jugador hubiese desaparecido. Tampoco es capaz de  valorar global y objetivamente los recursos de “B”, ni prever posibles jugadas del adversario. Es como si en sus ojos existieran lupas y espejos capaces de distorsionar los tamaños y el número de figuras. Al identificarse con las piezas, “A” pierde la perspectiva y es incapaz de seguir jugando, se queda bloqueado ante el asombro de “B”.

MESA 4:
Dos jugadores sentados a una mesa donde se encuentra el tablero de ajedrez. Delante del jugador “A” están colocadas en sus puestos las piezas blancas. Delante del jugador “B” aparecen las piezas negras.

“A” observa a “B”, le mira a los ojos para ver cual es su situación de partida. “A” conecta consigo para desde el corazón coger la fuerza y la intuición que le faciliten dar lo mejor de sí mismo en el juego, teniendo presentes las condiciones existentes. Antes de mover examina el conjunto de sus piezas y recuerda el potencial de cada una de ellas, y cómo pueden complementarse entre sí. Examina después las figuras de “B”, siente respeto hacia el adversario, sabe que de alguna manera los obstáculos que le va a poner en el camino contribuirán a su aprendizaje sacándolo de la zona de comodidad, obligándole a buscar nuevos movimientos y estrategias. Internamente se inclina ante el compañero de juego, como si de un combate de artes marciales se tratase, saludándole con respeto. Ya está preparado para comenzar, mueve su primera ficha optando por el salto del caballo sobre los peones, algo no habitual que quería probar. Mira a “B” y a su ejército de figuras negras. Esboza una pequeña sonrisa invitándole a la relación que se abre entre ellos en ese momento, donde toda la atención está puesta en el juego, sin por ello perder la conexión  de cada uno consigo mismo, transcendiendo los límites de espacio y tiempo.

Mueve “B”, también envuelto en la misma energía de respeto hacia su adversario/compañero. Ambos jugadores conocen las reglas del juego, se apoyan en ellas para poder comunicarse y avanzar. Saben que su objetivo es conseguir que su rey permanezca con vida y que el rey del adversario caiga envuelto en una estrategia que le impida seguir avanzando.

Sin embargo la atención no está puesta exclusivamente en esta meta, sino en el camino que van recorriendo acorde con la estrategia propia, que a su vez va evolucionando teniendo en cuenta la estrategia del adversario. Ambos jugadores se sienten cómodos en cada uno de los movimientos que realizan. Están conectados con su experiencia y sabiduría para dar lo mejor de sí mismos. Son conscientes que solo uno de los dos podrá ganar esta partida, sin embargo, independientemente del resultado, ambos están avanzando en su camino adquiriendo más experiencia y maestría en su juego, y por extensión en su vida. 




Un espectador externo que estuviese contemplando el torneo enseguida comprendería los distintos niveles de evolución existentes entre los jugadores. También podría vislumbrar las emociones y sentimientos que traslucen.

En la MESA 1 quizás percibiría el abatimiento y la falta de interés de “A” al estar dando vueltas una y otra vez sobre si mismo, incapaz de ver más allá del espejo al compañero de juego y las novedades y desafíos que pudiesen venir desde fuera de sí mismo.

Observando la MESA 2 el espectador siente cansancio, mira con compasión la falta de confianza de “A” en sus propios movimientos, la autoexigencia y la búsqueda insaciable de la aprobación de “B”. Le imagina dando vueltas en un cochecito de un tiovivo que no conduce a ninguna parte, lo cual lo agota. También comprueba la incapacidad de “A” de ver realmente a “B”, tan pendiente como está de su aprobación, que hace que el compañero de juego queda difuminado. En el fondo para él no es muy distinto del espejo de la mesa 1, ya que lo único que le importa del compañero es que le refleje la imagen “ideal” que se ha hecho de si mismo, y que le mantiene encerrado en su propia cárcel.

En la MESA 3 el observador percibe fácilmente la desesperación de “A”, está convencido de su inferioridad respecto a “B”, y aunque no parece consciente de su estrategia, sus movimientos muestran que ha decidido “morir matando”. Su cara trasluce tensión y  sufrimiento, mira al adversario con resentimiento como si le culpara de su fracaso, sin darse cuenta que él es su propio verdugo que le ha condenado incluso antes de empezar la partida.

Progresivamente las partidas van terminando, solo quedan los más expertos en la
MESA 4, que son rodeados de numerosos espectadores. Se sienten atraídos hacia esa partida, mirando alternativamente a ambos jugadores. Cada espectador saca sus propias conclusiones y aprendizajes de los gestos, miradas y movimientos de las piezas. Algunos han elegido un jugador como su favorito, con el que se identifican y que quieren que gane. Otros prefieren quedarse a la expectativa, aprendiendo de ambos distintas aproximaciones y enfoques.

De cualquier manera, todos están de acuerdo en que, independientemente del resultado, en la mesa 4 se está jugando una BUENA PARTIDA.


Mar Asunción
Bruselas, 31 de Marzo de 2011

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