Dar luz a la realidad

Había buscado por los rincones, se metió en casas ajenas pidiendo  algo que no sabía nombrar. Con los ojos tan abiertos que casi se le salían de los párpados o tapados con una venda y palpando desesperadamente seguía vagando por un mundo propio. En su imaginación iba añadiendo detalles al boceto que empezó a dibujar el mismo día de su nacimiento. Era una imagen muy compleja, con siluetas superpuestas, borrones, colores estridentes, agujeros negros...Tenía mucha fuerza, pero intranquilizaba, rezumaba ansiedad.

Seguía empeñada en añadir detalles, como si por introducir mas datos a esa realidad fuese a hacerla mas inteligible. Aprendió a ver los distintos planos, y así su dibujo se fue convirtiendo en un mapa que le llevaba por la historia de su vida. Como Dorian Grey, guardaba celosamente el cuadro de su vida. Sentía horror al pensar en mostrar a alguien su dibujo tal cual era, en la seguridad de que no lo entenderían y se burlarían de él, de la estridencia de los colores, de los borrones, de las zonas oscuras. Tan solo a las personas mas íntimas les mostraba fotos parciales del mismo, por lo que distintas personas conocían diversas facetas de su persona.

Lo que ella ignoraba era que la mínima parte de su dibujo llevaba la esencia del cuadro total, y que las personas al mirar lo que les mostraban veían el cuadro completo, y aunque a unos les gustaba mas y a otros menos, en ninguno producían la repulsión que ella temía. Hace años sintió empañarse el cuadro que durante toda su vida había ido pintando con colores pastel y chillones, y evitando en la medida de lo posible los grises, negros y marrones. Pero por alguna propiedad del tiempo los colores empezaron a perder luminosidad y una pátina gris empezó a cubrirlos, al tiempo que empezaba a agrietarse y en zonas se extendían manchas negras que cubrían los hermosos paisajes que antaño dibujó.

Estuvo a punto de eliminar el cuadro, como normalmente hacía con aquello que no le gustaba, como si el quitarlo de la vista lo hiciese desaparecer. Pero en su interior sabía que no era posible, que allí estaba plasmada su historia, su vida, que eliminarlo era como destruirse a si misma, y todavía conservaba el instinto de la vida. Hizo entonces un pacto consigo misma : iría descifrando todas sus pinturas, explorando las imágenes solapadas, hasta descubrir que había debajo de todo, cómo era ese lienzo que está detrás y antes de todo. Emprendió la aventura, sin poder evitar seguir emborronando con nuevos colores mientras desgranaba los anteriores. Era como una espiral, donde puedes avanzar pero siempre vuelves a lugares parecidos.

Comprendió mientras daba vueltas, que en realidad ella estaba formada por las vueltas que había dado, que su propio cuerpo, su mente y su corazón estaban dibujados por los colores que aparecían en el lienzo. Detrás de los colores estaban las personas significativas de su vida y comprendió que ya formaban parte de ella, que por lo que tanto había sufrido y que llamaba abandono en realidad era solo una forma de verlo, porque estaban allí, en su cuadro, en su vida. Se dio cuenta de la forma en que había ido pintando: primero una zona, luego otra, en las separaciones que a veces aparecían en el dibujo, en las líneas nítidas...Según donde mirase veía paisajes que en apariencia eran muy distintos, pero cuando tuvo el valor de alejarse lo suficiente para poder ver el cuadro entero, comprobó que tenía armonía, y una sonrisa acompañada de lágrimas apareció en su rostro, como si el amor que sentía por ese cuadro, por si misma se le hubiese hecho presente de una vez.

Bajó el cuadro de la buhardilla donde lo escondía, lo puso en la pared de su dormitorio donde poder contemplarlo en la intimidad. Las primeras personas que lo vieron mostraron sorpresa, no era frecuente tener en el dormitorio  un cuadro de esas características. Al principio ella tuvo miedo de mostrar su obra, ya que era como mostrarse a si misma, pero fue comprobando que cada vez se sentía menos vulnerable a las opiniones de los demás. El cuadro estaba vivo, ya que próximo a él se encontraban los óleos y las brochas que de vez en cuando utilizaba para dar pinceladas por aquí o por allá. De hecho poco importaban, ya que había aprendido que la esencia estaba debajo de todos los colores, y eso era inalterable y común.



                                                                                    Mar Asunción Higueras
                                                                                    Marzo 2.003

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