El puente levadizo

“Un gran vacío les separaba, como el foso de los castillos medievales destinado a evitar que entraran enemigos”

Ella estaba fuera, mirando la puerta levadiza y deseando entrar, pero el puente permanecía alzado. Sin embargo tenía todo el campo para ella, los centinelas del castillo la vigilaban pero no atacaban, tan solo tenían órdenes de no dejarla pasar pero no de echarla de los alrededores.

Sola, sentada en un trigal ya agostado por el sol, miraba hacia el castillo y se sentía triste, no entendía por qué no la dejaban entrar, no iba armada , tan solo llevaba consigo sus atributos: inteligencia, belleza y ganas de formar parte...pero el señor feudal no quería recibirla, la temía como si hubiese sido alertado por el hado del destino de que si esa mujer traspasaba el umbral su control se debilitaría y perdería su poder.

Seguía sentada mirando el umbral con ojos compasivos. El señor feudal también la miraba desde detrás de una ventana protegida por  rejas. Siente una mezcla de compasión, de respeto y de amor por esa mujer tan abnegada que no abandona su propósito, que desea comunicarse con él , que quiere acercarse...pero de sus entrañas brota una terrible desconfianza que empaña los sentimientos anteriores. La mirada dulce de la mujer sentada en el trigal que percibe a lo lejos empieza a transformarse y a acercarse. Sus facciones se hacen grotescas, como de bruja, y su boca se abre cada vez mas hasta devorarle. De repente despierta, era una pesadilla, se quedó dormido arropado por la calidez de los rayos del sol que entraban por la ventana haciéndose paso a través de las rejas. Da la espalda al exterior, no necesita someterse a tales sobresaltos, en la artificialidad de su castillo puede encontrar todo aquello que desea. ¿Por qué empeñar su calma y su seguridad con pensamientos que le alteran?

Pero en el fondo de si hay algo que no se conforma. Hay rabia, está cabreado con el mundo, y su coraza le impide recibir el calor del sol y de otros seres humanos. Siente frío. Y lo peor es que sabe que el problema está dentro y siente deseos de arrancarse con sus propias manos la rabia que se ha tragado su ternura, pero no puede porque como un magma forma parte de si, lo impregna todo y engulle lo mas delicado para aislarlo y que su llamada no le provoque la ansiedad de  querer salir.

Se derrumba en su trono. Espanta a quienes quieren ayudarle, no soporta los espejos que suponen las personas  que se le acercan y le ven abatido, derrotado. El es el poderoso señor feudal, no tiene derecho a mostrar debilidades. La compasión de sus súbditos le escuece como el alcohol en la herida. ¡Dejadme solo!- grita cuando intentan acercarse. Se hunde en la impotencia –el problema está dentro de mi, nadie me puede ayudar, yo soy el problema- piensa en lo mas profundo de su desconsuelo.

Solo su pequeña hija, María, consigue pasar el cerco. Se sube a sus rodillas con sus muñecos, y en el regazo de su padre, con su vocecita, narra una batalla entre los dos personajes que sostiene en sus manos:
-    - ¡Vete de aquí, este es mi castillo!
-         - He venido a buscar a mi hijo
-         - Tu hijo no está aquí
-         - Tus soldados lo robaron apenas nació, seguro que está entre tus siervos
-         - Y ¿Cómo lo reconocerás?
-         - Por la mirada
-         - Está bien, puedes visitar todas las estancias durante un día. Si lo encuentras y él quiere irse contigo tienes mi permiso para llevártelo, si no,  te irás tu sola y no volverás a aparecer por aquí.

El señor feudal se sorprendió de la profundidad del juego de su hija, y se quedó intrigado cuando, con la inconstancia que les caracteriza a los niños, se volvió, le dio un beso, y dejando los muñecos sobre el regazo de su padre, fue corriendo a jugar a otra cosa. Lo cierto es que María había conseguido sacarle del aislamiento y la impotencia en que se encontraba.

La niña le había dado una idea: se acordó de la mujer del trigal, y haciendo acopio de todo su valor le dijo a su fiel sirviente que la hiciera pasar y la llevara ante su presencia. El sol se estaba poniendo y daba a los trigales un aspecto incandescente. La mujer, como todos los días a la caída de la tarde, estaba a punto de partir hacia su humilde morada cuando de pronto vio moverse la puerta levadiza. Sintió como una explosión dentro de su pecho. Había esperado este momento desde que recordaba su memoria, y ahora que parecía inevitable su encuentro con el señor feudal apenas podía moverse. Estaba paralizada por el miedo. Se había acostumbrado a la seguridad de esperar, de buscar mil y una razones por las que el señor no quería recibirla, había empezado a aceptar con compasión esta situación, y ahora que se acercaba el momento de aproximarse sentía un miedo paralizante. Sabía que el encuentro la iba a cambiar la vida, que ya no habría razón de acudir tarde tras tarde a sentarse en el trigal a mirar una puerta que nunca se abría. Ignoraba también qué había dentro del castillo, cómo sería ese señor que tanto deseaba conocer pero que nunca había visto, temía sentirse decepcionada, no poder seguir soñando despierta.

- Eh, mujer, el señor ordena que pases a su presencia!- gritó uno de los centinelas.
La mujer oyó las palabras como si viniesen de otro mundo en el que ella ya no estaba. El señor feudal miraba impaciente entre las rejas la inmovilidad de la mujer, y sintió un hormigueo en el estómago. El centinela repitió la orden hasta tres veces, pero la mujer no se movió, parecía como si se hubiese quedado congelada en la posición que tantos días, meses y años había mantenido.

El señor feudal estaba mas impaciente cada minuto que pasaba, pero al contrario que otras veces que la impaciencia la transformaba en cólera, ahora había adquirido un matiz de comprensión. Ordenó al centinela que dejara de gritar, y él mismo fue a buscar a la mujer. Al verle aparecer por el pórtico, ella salió del limbo donde la había transportado su miedo y pudo levantarse. Ambos comenzaron a caminar con pasitos cortos en dirección hacia el otro, y finalmente se encontraron en un abrazo en el puente levadizo, justo encima del abismo que tanto tiempo les había separado.


                                                                               Mar Asunción Higueras
                                                                               Febrero de 2.003

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